lunes, 14 de noviembre de 2011

En experiencias americanas, el Career Day

El viernes pasado asistí al “career day” del instituto medio de mi hijo (Henderson Middle School). Se trata de un día en el que los padres que quieren, van voluntariamente a los alumnos cosas de su profesión. En el paquete de información del día de matrícula ya venía el formulario para apuntarse al evento, y luego insistieron varias veces más.

Una de las primeras curiosidades es la propia existencia de esos Middle School. Aquí los preadolescentes de 11, 12 y 13 años (el equivalente a 6º de primaria, 1º y 2º de la ESO) ni son niños como para estar en escuelas elementales ni jóvenes de instituto, tienen su centro independiente. Son bastante grandes, este tiene unos 1500 alumnos.

Nos recibieron en una sala (el “media center”, antigua biblioteca) donde estaban ya preparadas la orquesta de cámara y la banda de jazz. Ambas formaciones fueron alternando piezas con las que amenizar la espera. Al fondo de la sala café bollos y fruta para desayunar. Allí nos registramos y nos entregaron unas tarjetas con el programa personalizado del día, en que aulas y a qué horas tenías que revelar tu rollo. Una paliza, la verdad, 6 sesiones. Antes de salir todos en pie para la plegaria matutina esa de “one nation under god” que suena por los altavoces en todas las aulas, y en nuestra sala, además, la banda interpretó el himno del país. Por cierto el festejo coincidió con el “veterans day” al que también se hicieron alusiones en ese mensaje que se oye por altavoces en todas las aulas.

Para los ponentes es un momento de exaltación profesional, no sé si es pura pose, pero no creo, o si no disimulan verdaderamente bien. Militares y policías con su uniforme (unos de gala y otros de trabajo) pilotos de líneas aéreas con modelos de aviones, biólogos (del CDC) con trajes de bioprotección (en este caso no puestos todo el día, claro). Un fotógrafo que monta un estudio portátil para explicar variantes de iluminación y hace fotos a los chicos. Un violinista de la orquesta filarmónica, un organizador de conciertos de jazz y muchísima gente más con la que no hable (éramos unos 85). Todos diferentes y todos iguales, todos satisfechos de lo suyo, incluso los que comentaban cómo habían cambiado de carrera a lo largo de su vida.

De entre los progenitores de 1500 alumnos hay muchas más de las 85 personas que nos ofrecimos voluntarios. No sería raro que ese sesgo fuera muy influyente en esa idea de satisfacción con la propia profesión que presentaba el grupo.

A lo largo del día me llamaron la atención muchísimos detalles: la personalización de las aulas que da el que sean “del profesor” (son los alumnos los que se cambian de aula cada hora), la estructura del horario, el que sea obligatorio comer allí, el tamaño del centro (de una sola planta), el mobiliario, etc. Pero por no enrollarme más, destacaré sólo el carácter tradicional del evento. Todos los padres que allí fueron sabían muy bien lo que tenían que hacer porque cuando fueron estudiantes participaron, desde el otro lado, en días iguales a este. Tan “tradicional” es el evento que tiene entrada en la wikipedia, canciones y apariciones en multitud de películas y series. Una tradición creada a partir del corolario de la ley de Murphy “si funciona déjalo estar”. Y a mi me pareció que funcionaba.

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