martes, 19 de enero de 2016

Sobre el auténitico valor de los "campus bonsai"

Con la llegada de las comunidades autónomas el sistema universitario español creció enormemente, todas tenían que tener al menos una. En esa explosión de universidades, en ocasiones en una segunda etapa, proliferaron campus menores en muchas ciudades.

Los campus se creaban por razones puramente políticas en el mal sentido de la palabra, es decir, para contentar votantes y no por la auténtica razón Política de dar un mejor servicio de enseñanza superior. Así se crearon campus en entornos geográficos en los que la demografía hace su existencia extremadamente costosa, lo que se ha convertido en una losa para su desarrollo en tiempos de crisis. Estos "campus bonsai", con pocas titulaciones y muy pocos estudiantes, han de estar justificando su existencia y los recursos destinados a ellos a diario.

La población mundial se muda a las ciudades de forma vertiginosa, a un ritmo cercano al 2% anual. Hace ya un par de años que la mitad de los humanos del planeta habita en grandes urbes. Hay tantas cosas que han cambiado en un par de generaciones que nadie quiere vivir como sus bisabuelos. Un joven de hoy día, en edad universitaria ¿qué vida llevaría en un pueblo de 2000 habitantes? Una que intentará evitar por todos los medios. Sin embargo, aunque a nivel individual sea perfectamente comprensible, seguramente no es deseable a escala global. Cuando se extrapolan los datos que lleva aparejada la concentración de población (de polución, consumos de agua y energía, etc.), al ritmo que está ocurriendo, el panorama que se dibuja es difícilmente sostenible, o cuando menos, no deseable.

En mi opinión es necesario que se hagan esfuerzos en la dirección de revertir la tendencia urbanita. No por razones espurias como conseguir los votos de las personas de las zonas rurales (cada vez menos por otra parte), sino por la mejora de las condiciones de vida de la población en general y por un mejor uso del medio ambiente. En esa "rerruralización" de la población los pequeños campus universitarios pueden jugar un cierto papel.

La reocupación de territorios que no sean grandes ciudades solo ocurrirá si estos resultan atractivos para las personas. ¿En qué consiste ese atractivo? Eso lo tendrán que estudiar a fondo psicólogos y sociólogos, pero si hay trabajo, educación, sanidad y entretenimiento accesibles y de calidad seguramente se tiene mucho ganado. La universidad no es el único elemento en ese camino, pero sin duda es uno de ellos. Lo que parece claro es que esa "universidad de entorno rural" no puede ser igual que la de toda la vida. Ni se puede forzar a todos los jóvenes de una zona a concentrarse en tres o cuatro titulaciones ni se puede atender de forma tradicional a grupos de 3 o 4 estudiantes de multitud de titulaciones. Lo primero nos aleja de una situación "atractiva" para los ciudadanos, mientras que lo segundo resulta económicamente inviable.

Una posibilidad es ofrecer un abanico amplio de titulaciones pero de forma no convencional. Ese “no convencional” incluye tanto las universidades presenciales como a las universidades a distancia que vienen operando desde hace décadas. Las primeras exigen una cantidad de recursos excesiva y las segundas no ofrecen algo fundamental para que el período universitario resulte atractivo: la experiencia universitaria. Entre los 18 y los 23 años hay que sacarse una carrera, pero también hay que conocer gente, ligar, asistir a conciertos de música o visitar exposiciones. Sobre todo hay que explorar la propia independencia. Los detalles de esa solución “no convencional” están por definir, pero es seguro que tendrá una fuerte componente virtual, también que ha de tener en el centro de sus objetivos la experiencia universitaria. Para esa universidad semipresencial, mucho más flexible y diversa de lo que estamos acostumbrados, campus pequeños y distribuidos pueden jugar un magnífico papel. Por ahí vamos a encontrar el auténtico sentido de aquella alocada apuesta política. ¡A por ello!

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